Robert Pollok : La felicidad

La felicidad

Autor : Robert Pollock (1798-1827)

No tiene la Dicha en la tierra 
Trillado camino ni fija ciudad, 
 Ni en sola una forma se encierra; 
Se encarna do imperen Justicia y Bondad. 

 Doquiera, enjugándole el llanto, 
Al huérfano triste refugio se dé;

 Doquiera con bálsamo santo
Heridas se cierren que el ojo no ve;
 
 Doquiera secreto, naciente, 
Se ahogue el impulso de mala pasión; 
 Doquiera virtud se alimente,
Doquiera á la injuria responda el perdón;

 Allí de la célica cumbre 
La Dicha ha bajado risueña á reinar;
 Envuelta en pacífica lumbre 
¡Miradla! allí tiene su templo y su altar.

 

Cristóbal Suárez de Figueroa : Felicidad de la vida

Felicidad de la vida

Autor : Cristóbal Suárez de Figueroa (1571-1664)

¡O bien feliz el que la vida pasa 
Sin ver del que gobierna el aposento, 
Y mas quien deja el cortesano asiento 
Por la humildad de la pajiza casa! 

Que nunca teme una fortuna escasa, 
De agena envidia el ponzoñoso aliento; 
A la planta mayor persigue el viento, 
A la torre mas alta el rayo abrasa. 

Contento estoy de mi mediana suerte; 
El poderoso en su deidad resida; 
Mayor felicidad yo no procuro, 

Pues la quietud sagrada al hombre advierte 
Ser para el corto espacio de la vida 
El mas humilde estado mas seguro.

Francisco Sosa Escalante : A la felicidad

A la felicidad

Autor : Francisco Sosa Escalante (1848-1925)

Sombra eres que persigue delirante 
El hombre, y forma su mejor anhelo, 
Desde que un rayo de la luz del cielo 
Su frente baña con cariño amante. 

Amor, riqueza, gloria deslumbrante, 
Omnímodo poder, paz y consuelo, 
Todo lo llevas tú que en raudo vuelo
El orbe cruzas con fulgor radiante. 

Mas ay! no escuchas el clamor sentido 
Con que ferviente el corazón te invoca; 
Sorda á los ruegos, sin piedad pareces.

Como Ulises, te cubres el oido 
Y el éter hiendes, y voluble y loca 
Prometiendo volver, te desvaneces.

Eremoll Poema : La felicidad de una lágrima

La felicidad de una lágrima

Autor : Eremoll

Son tus ojos los mas bellos
que los míos podrán ver,
porque en ellos se refleja
la ternura de tu ser,
el deseo de mi alba,
mi paraíso y atardecer
en este te amo,que besa mi alma
desnuda llamándote
con todos estos recuerdos
que siempre empiezan ahora mismo,
pues antes de conocerte
ya te ame,
con cada gota de mi sangre de poeta
desangrada
en la vida de mis poemas,
como el polen a la dulce miel
que en la flor de tus labios
sueña con florecer
dulces
versos de nuestro amor.
Has hecho del desierto de mis ojos
un jardín donde soñarte
es la vida que renace
en mi pecho
tu corazón,
donde han vuelto las palomas
a anidar
tus besos en mis labios,
emigrando
las golondrinas tristes
de mis lagrimas de ayer
al cielo oculto
que nos separa mi amor,
y aquí estoy de nuevo,
vivo y despierto,
besando suspiros de mis sueños
sedientos
por evaporarse
y entrar en tu corazón y soñarte por siempre
como una lagrima
dormida
en la felicidad acunada por tus latidos,
sin una coma, mas que separe
este amor
entre tus labios y los míos,
mientras me comes el alma con tu voz
cuando me llenas de suspiros
la felicidad hambrienta
de saber que tu eres la respuesta
a mis sueños,
el sentido que hace vivir a mi alma
despojada
de todo pecado
en tu corazón,
sabiendo que hasta el cielo
esta azul por que tu y yo
lo pintamos de cariño,
y cuando llueve
son las lagrimas de los ángeles
por lo que les hacemos sentir,
con todo este vivir
de bebernos los sueños
con los labios
de nuestro amor.
Si supieras que una lagrima
tuya
es un sueño mio
que muere,
y que te amo mas
que cualquier poesía,
porque tu eres
el sentido de todas,
la luz de mi corazón,
voz
y forma de todas mis rimas,
tanto te soñé
que hasta la lluvia sabe dulce
entre nosotros mi amor.
A veces me veo
en la paz de tus ojos
con el mar de fondo
y las olas de tu pelo
acariciándome el rostro
en la vida de mis ojos
besando
los silencios de tus labios,
hasta dormir el sol
en nuestro primer aliento
llamándonos
con este sentimiento de necesidad,
que te ruega
quiéreme
como yo te quiero y te enseñare
los misterios de mi corazón,
para ver unidos
la vida hecha felicidad
en la transparencia de una lagrima.

Que la noche
me abrace
con el amor de tus sueños
y me bese con la luz de tu día en mis ojos.

Clemente Althaus : A la felicidad

A la felicidad

Autor : Clemente Althaus (1835-1881)

Yo vi que no eran tu mansión mis lares,
amada entre las Diosas, y por ti
surqué extranjeros procelosos mares,
y apartadas regiones recorrí.
Y cada orilla que tocó mi prora 
con labio ansioso preguntar me oyó:
¿Aquí, decidme, la Ventura mora?
Mas ¡ay! doquier me respondieron: ¡no!
Id más allá: no mereció este suelo
que su áurea planta se imprimiera en él: 
y sin cesar su arrebatado vuelo
sigue de playa en playa mi bajel.
Y nunca abordo a la feliz ribera
donde me digan: La encontraste ya:
antes hiere mi oído donde quiera 
ese eterno terrible ¡más allá!
Así del mundo infante en el misterio,
anhelando tu asilo encantador,
las islas de Fortuna y el hesperio
jardín buscaba el hombre soñador.
Mas, viendo que en las playas no resides
de su natal Mediterráneo mar,
mas allá de los términos de Alcides
tus islas bellas se lanzó a buscar.
Y en el remoto piélago de Atlante
intrépido guïando su timón,
una siempre, esperando más distante
el fugitivo umbral de tu mansión.
Y en el vasto Pacífico océano,
tras siglos largos, penetró también; 
pero, sus playas recorriendo en vano,
no halló en ninguna el suspirado Edén.
Mas siempre en lo ignorado todavía
su fe cifraba y su ilusión tenaz;
y más lejos, más lejos repetía, 
y nunca daba a su carrera paz.
Holló comarcas donde reina sólo
de eterno estío el implacable ardor,
y hasta los hielos últimos del polo
lanzó el audaz bajel explorador.
Y hoy que el nativo globo descubierto
por donde quiera el desdichado ve,
¿A qué mar, se pregunta, y a qué puerto
para encontrar a la Ventura iré?
Mas, aunque nunca a poseerte alcanza, 
y a todos ve su decepción común,
no se rinde y fallece su esperanza,
y persevera su deseo aún.
Que otra playa lo queda donde vaya
de tu hermosura misteriosa en pos,
y es la del cielo esa postrera playa
adonde puso tu morada Dios.
Gozando allí lo que región alguna
le dio del mundo, encontrará por fin
las islas verdaderas de Fortuna,
de las Hesperias el rëal jardín.
y sois vosotras esas islas bellas
donde el hombre infeliz ha de abordar,
refulgentes altísimas estrellas,
doradas islas del celeste mar. 

Gabriel Celaya poema : Momentos felices

Momentos felices

Autor : Gabriel Celaya (1911-1991)

Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
—el pitillo en los labios, el alma disponible—
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican la alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

Nicanor Parra poema : Hay un día feliz

Hay un día feliz

Autor : Nicanor Parra (1914)

A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mí singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!